Recibí una llamada de mi hija.
—Hola, ratoncita —me apresuré a contestar,
brincando de júbilo.
—¡Papi!! —casi me rompe el tímpano al otro lado del
teléfono.
—Dígame, mi amor —seguí yo, meloso. Ya saben que me
encanta hablar con mi hija. Así sea por teléfono.
La muy ingrata apenas si me llama una o dos veces por semana. Y eso, si está de humor.
Cuando se trata de mí, olvida que tiene Facebook, Twitter, Whatsapp, Instagram, y no se qué demonios más.
La muy ingrata apenas si me llama una o dos veces por semana. Y eso, si está de humor.
Cuando se trata de mí, olvida que tiene Facebook, Twitter, Whatsapp, Instagram, y no se qué demonios más.
—Vamos a comer. Tengo muchas cosas que contarte.
—¿En serio? —fingí asombro.
—¿A qué no sabes lo que hice? —me lanzó.
Me detuve en seco en mi ademán de abrir la puerta
del baño.
Eran las siete de la noche y un poquito más y a esas horas suelo tomar mi baño religiosamente.
Eran las siete de la noche y un poquito más y a esas horas suelo tomar mi baño religiosamente.
—¿Qué hiciste? —esta vez no fingí asombro.
—Vamos a comer, ahí te cuento.
—Adelántame un poquito, ya me dejaste intrigado.
Escuché una gran risotada como respuesta. Pero eso
solo tuvo la mala fortuna de intrigarme más.
Me bañé en lo que canta un gallo. Y me vestí con lo
primero que encontré en el closet.
Solo podía pensar en lo que mi hija me había dicho. Conociéndola tenía que estar preparado para lo peor.
Solo podía pensar en lo que mi hija me había dicho. Conociéndola tenía que estar preparado para lo peor.
Cuando llegué al lugar donde solíamos comer y que
era nuestro punto de encuentro, solo pude gruñir:
—¿Qué hiciste?
Ella rió de buena gana, me abrazó, me dio un beso y
se guindó de mi brazo. Me hizo un ademán para que nos sentáramos.
Yo insistí:
—¿Qué hiciste?
Me miró con sus ojos risueños.
—Escribí un libro —me dijo.
Debí haber puesto cara de mongol porque se rió tanto que su carcajada casi rompe otra vez mis tímpanos.
Después de recuperarme del asombro dije:
Después de recuperarme del asombro dije:
—¿Qué hiciste qué?
—Escribí un libro…
Sonreí. No podía hacer otra cosa. Mi hija tenía la
misma capacidad para escribir que un chimpancé conduciendo una motocicleta.
Ahora me reí yo al pensar eso.
—Qué bien —me sorprendí oyéndome decir.
Mi hija seguía con la sonrisa en la boca.
Empezó a sacar unos papeles de una pequeña cartera que recién allí me percaté que la había llevado guindada del hombro.
Me extendió unas fotos que al principio a mí me habían parecido papeles. Eran cinco fotos en la que aparecía ella muy guapa y elegante como posando para una portada. Con un fondo de playa a sus espaldas. Como modelo de revista. Esa impresión me dio.
Eran fotos bien logradas y solo una foto tenía escrito palabras. Parecía en realidad la portada de una revista. O un libro.
Empezó a sacar unos papeles de una pequeña cartera que recién allí me percaté que la había llevado guindada del hombro.
Me extendió unas fotos que al principio a mí me habían parecido papeles. Eran cinco fotos en la que aparecía ella muy guapa y elegante como posando para una portada. Con un fondo de playa a sus espaldas. Como modelo de revista. Esa impresión me dio.
Eran fotos bien logradas y solo una foto tenía escrito palabras. Parecía en realidad la portada de una revista. O un libro.
Después de mirar bien las cinco fotos, alcé la mirada, interrogante, hacia ella.
Ella seguía con la sonrisa en los labios.
—Esa es la portada del libro —señaló la foto que
tenía escrito las palabras—. Esa la elegimos todos.
—¿Todos? —yo seguía sin entender.
—Sí —ella recogió las fotos y las volvió a guardar
en su pequeña cartera—. Mi mamá y mis hermanos. Ellos me ayudaron a hacer la
portada del libro.
Yo hacía esfuerzos enormes por entender.
—¿En serio escribiste un libro?
—Sí.
—¿Y de qué es? ¿De fotos?
Ella seguía sonriendo.
Yo empezaba a entender esa sonrisa. Era de orgullo. De logro alcanzado.
Mi hija había escrito un libro.
Yo empezaba a entender esa sonrisa. Era de orgullo. De logro alcanzado.
Mi hija había escrito un libro.
—No… De letras.
—Ah. Y… ¿me puedes regalar uno para leer de qué se
trata?
Ella volvió a reír con esa risa tan cristalina, tan
encantadora. Era mi hija.
—Está en ebook. Tienes que comprarlo. Cuesta uno
con noventa y nueve. Está en Amazon.
—¿En serio?
Nos trajeron la comida que habíamos pedido y mi
hija comió como si aquella fuese su mejor comida en mucho tiempo.
Estaba sonriente, alegre. Había, al parecer, logrado unos de los propósitos que se había propuesto cumplir.
Yo me limitaba a asentir cada vez que ella mencionaba su logro. Hacía mucho tiempo que no la veía así de radiante.
Aunque aún tenía muchas preguntas que hacerle sobre su logro, decidí que lo mejor era unirme a su festejo.
Y me propuse compartir y disfrutar su alegría.
Estaba sonriente, alegre. Había, al parecer, logrado unos de los propósitos que se había propuesto cumplir.
Yo me limitaba a asentir cada vez que ella mencionaba su logro. Hacía mucho tiempo que no la veía así de radiante.
Aunque aún tenía muchas preguntas que hacerle sobre su logro, decidí que lo mejor era unirme a su festejo.
Y me propuse compartir y disfrutar su alegría.
Mi hija escritora. Mira tú.
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