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31 dic 2015

Promesas de año nuevo...

Promesas de año nuevo...


Empieza como todos los deseos de comienzo de año: "Este nuevo año ahorraré una buena cantidad para no estar como ahora: juntando los centavos para poder llegar a fin de mes… Y de año".

Nos aseguramos, y nos juramos, que esta vez sí. Que esta vez será la vencida.

Respiras profundo, te ves resuelto y bastante decidido que tus amigos (esos pocos que aún te soportan a pesar de ser un don nadie) casi te desconocen.

Y tú hasta amenazas con firmar ante notario esta promesa para solemnizarla y ponerle énfasis a tu promesa.

Pero sabes que tu entusiasmo se irá junto a tu resaca. Y caerás otra vez en el trágico viaje del despilfarro y la holgazanería.

Es tu naturaleza, te consuelas, no lo puedo evitar. Y bajas los brazos, te rindes y tu propósito de año nuevo quedará rezagado para el próximo año, y el próximo, y el próximo... hasta tiempo indefinido.

Ahorrar dinero es incluso más difícil que perder peso. Y es la primera resolución de año nuevo que se abandona. 

Vergonzosamente cierto.

Para que tus buenas intenciones se hagan realidad (y matar definitivamente a ese maldito monstruo devorador de ofertas que habita dentro de nosotros) hay que hacer pequeños ajustes y cambios en nuestro cerebro (que maneja nuestros impulsos), y repetirlos hasta que se conviertan en un hábito. 

O sea, debemos resetear nuestro cerebro a tal punto que olvidemos esa loca y nefasta manía de consumismo que nos asalta cada vez que escuchamos la palabra “oferta”.

Estos son los cinco pequeños-gigantes “trucos” que debes poner en marcha para ahorrar, y que a mí me han dado resultado casi en un 90%.

Y digo casi pues como todo ahorrador he tenido mis recaídas, y he sucumbido al trágico placer de consentirme a mí mismo (ya saben: caprichos van, caprichos vienen), y en muchos casos a mi hija; pero he tenido la fortuna de recobrar la cordura justo a tiempo. 

Primer truco.- Tu primera frase siempre debe ser “no tengo dinero”.

Al final, los asediadores de ofertas que solo van tras tu dinero, se darán por vencido. Y eso dejará tranquilo el dinero en tu bolsillo.

Olvida el objetivo concreto (y no muy lejano). Ahorra porque sí, hazlo una manía.

¿Para qué trazarse una meta si sabes que no la alcanzarás nunca?

Si pudieras alcanzar una meta que te propones no tendrías el problema de ahorrar, ¿verdad?

Cuando menos lo esperes, verás en tu estado de cuenta un pequeño bulto que va creciendo y creciendo.

Tener objetivos te hará perder fuerzas, lo mismo ocurrirá si te fijas plazos temporales cortos o demasiado largos.

Hay que huir de la frustración.

Segundo truco.- Siéntete culpable de derrochar siempre. 

Piensa que es mejor no saber de ofertas ni descuentos; al final todos sabemos a ciencia cierta que terminan cobrándote todo… Hasta el último centavo…

La culpa viene muy bien para convertirse en un ahorrador. 

Darle de vez en cuando a la opción del cajero "ver movimientos y saldo" te hará poner los pies en la tierra.

Tercer truco.- Una opción a tomar en cuenta es Ignorar las subidas salariales y los pagos extras.

Ignora los aumentos. Has como que no existen y como que no te las han ingresado.

Ahórralas. Haz que tu cerebro ni se entere de ese incremento (a veces nuestro cerebro puede ser muy idiota y no enterarse de nada; pasa a menudo).

Un estudio demostró que una subida salarial hace que nuestro cerebro (si nos entusiasmamos en ese aumento) entre en una especie de “shock de la abundancia” que se traduce en ganas de celebrar… y de gastar.

Si tu primera frase es “no tengo dinero” te ahorrarás ese disgusto.

Tu mejor estrategia será ignorar la existencia de ese dinero y seguir con tu “programa” de minimizar los gastos.


A fin de cuentas, ¿qué puedes perder?

20 dic 2015

Mi dulce ratoncita

Mi dulce ratoncita: Chans Ortega
Llegar a un acuerdo con mi hija es un poco complicado y estresante.

Hay ocasiones en las que, cuando he tratado de hacerla “entrar en razón”, he llegado a pensar que en realidad a quien estoy sermoneando es a mí mismo. Y tengo que necesariamente sacudir mi cabeza muy fuerte para dejar de sentir esa sensación.

Tiene mis mismos argumentos y su razonamiento es parecido al mío. Y para colmo, tiene mi carácter.

En ocasiones como ésta comprendo a su madre cuando se lamentaba que yo era insoportable.

-Hija –resoplé conteniendo el impulso de mechonearla en pleno centro de la ciudad donde habíamos quedado en encontrarnos para pasar nuestro día de padre e hija-, no puedes dejar la escuela para dedicarte al skate.

La gente que pasaba a nuestro alrededor  nos contemplaba con poco disimulo.

Es que también en nuestros gestos al hablar somos un tanto dramáticos. Nos gusta gesticular exageradamente para enfatizar nuestros argumentos.

Ella me miraba con ese gesto de “no me importa lo que pienses, igual lo haré”.

Y entendiendo que, al igual que a mí, no había posibilidades de llegar a un acuerdo razonable, traté de suavizar las cosas.

Como sé que su genio es tan odioso como el mío, y mientras más obstáculos le ponga más se empecinará en hacer lo contrario, traté de aplicarle la psicología inversa.

-Y cuánto esperas ganar con esa cosa de patines? –traté de suavizar mi voz para que ella dejara de estar a la defensiva. 

Sabía que era antisistema, pero por muy empecinada a llevar la contraria a todos que esté, siempre prevalecía su sentido de supervivencia. Y sabía que no iba a arriesgar demasiado mi ayuda económica.

-No es patines, papá –me corrigió ella, con ese ligero brillo de satisfacción que sentía al corregir los errores de los demás-. Es skate. Se hace con una patineta.

-¡Lo que sea! –bufé yo-. Eso no te va a dar para mantenerte decentemente.

-Sí lo hace… -me citó los nombres de algunas mujeres famosas (según ella) que no se me grabaron. Ni tampoco me convencieron.

-Bueno… -yo seguía en mi plan de la psicología inversa- Entonces deberás de empezar a ganar dinero lo más rápido posible para que puedas pagar tus gastos.

Ella me miró con gesto preocupado, y fui yo el que ahora tenía en mis ojos ese brillo de mezquina satisfacción al saberme ganador.

-Ahí entras tú, otra vez –me clavó la punta de su índice en el pecho-. Tienes que ayudarme hasta que yo empiece a ganar dinero con eso…

Su idea me heló la sangre.

 -Lo que me das para la escuela lo usaré para dedicarme al skate…

Demás está decir que hice un berrinche de los mil diablos. 

Ese día me gané una úlcera que no se me quitaba por nada del mundo y hasta los helados que comimos con ella luego de apaciguar los ánimos me supieron horrible.

Tuve varias noches de insomnio, y las pocas que lograba apaciguar el sueño me entraban unas pesadillas horrorosas, imaginando a mi ratoncita (así le digo yo de cariño) toda tatuada y con piercings colgándole por todos lados acompañada de rufianes y maleantes con aspectos aún peor.

Y lo que me ponía de peor humor era esa despreocupación que aparentaba su madre ante todo esto.


Por suerte, ella pareció manejar mejor la situación y mi hija volvió a su cauce.

Aunque a mí me duró varias semanas más los estragos de aquella situación.

Cuando le pregunté cómo había hecho para hacerla entrar en razón a mi hija, solo me respondió: “No le hice caso”.

14 dic 2015

Un regalo de navidad


No recuerdo cuándo fue la última vez que fui de compras. Fue hace muchos años. Yo odiaba hacerlo.

En realidad, yo no hacía las compras. En aquellos tiempos (en mi época matrimonial) ir de compras siempre suponía un desgaste a mi precaria economía y yo me oponía argumentando un sin número de pretextos para no acceder. 

Pero cedía. Y como muestra de mi rebeldía a aquel asalto a mi maltrecha economía, me limitaba a regañadientes a acompañar a mi familia a los distintos centros comerciales rogando en mi interior que la cuenta a pagar no excediera el límite de mi tarjeta.

Esta casi siempre salía raquítica después de tanto abuso.

Recuperarme de aquellos ajetreos me costaba un ojo de la cara.

Cumpleaños, aniversarios, día del amor y la amistad, navidad… Todos eran pretextos para salir de compras. 

Después de mi separación, las cosas empezaron a cambiar para bien de mi economía. Tenía poquísimos gastos.

Los regalos se redujeron a casi cero. Y solo era uno o dos cada año, para mi hija mayor. Y solo me limitaba a darle el dinero para que ella se encargue de comprar lo que con anterioridad ya había separado.

Y hoy que accedí a ir de compras con mi hija para regalarle algún detalle por navidad me encuentro con la penosa tarea de descubrir que debería escoger de regalo para ella que la hiciera feliz.

-Lo que tú quieras –me había respondido ella a mi pregunta de qué le gustaría que yo le regalara.

-En serio –insistí, desesperado, tratando de encontrar una pista que me llevara a un regalo perfecto.

Ella rió, divertida, al ver mi cara de angustia.

-No tienes idea, verdad? –me recriminó

-No – me replegué, vencido.

-Ves? Eso es porque nunca quisiste estar a lado de nosotros cuando hacíamos las compras. Así hubieras sabido lo que nos gusta a cada uno de nosotros.

Resignado, tuve que admitir que mi hija tenía razón. Pero en aquellos momentos yo también tenía mis razones para actuar así.

Pero dejé mis argumentos para otro momento. Besé a mi hija como pidiendo tregua.

-Me ayudas?

Ella sonrió de esa manera que me vuelve loco y me abrazó con fuerza. Y yo supe que esta sería la mejor salida de compras que haya tenido en toda mi vida.

Y eso que sucedió con mi tarjeta lo mismo que sucedía en mi época matrimonial.


Pero esta vez les juro que no me importó. Valió la pena.