Llegar a un acuerdo con mi hija es un
poco complicado y estresante.
Hay ocasiones en las que, cuando he tratado de hacerla “entrar en razón”, he llegado a pensar que en realidad a quien estoy sermoneando es a mí mismo. Y tengo que necesariamente sacudir mi cabeza muy fuerte para dejar de sentir esa sensación.
Tiene mis mismos argumentos y su razonamiento es parecido al mío. Y para colmo, tiene mi carácter.
En ocasiones como ésta comprendo a su madre cuando se lamentaba que yo era insoportable.
Hay ocasiones en las que, cuando he tratado de hacerla “entrar en razón”, he llegado a pensar que en realidad a quien estoy sermoneando es a mí mismo. Y tengo que necesariamente sacudir mi cabeza muy fuerte para dejar de sentir esa sensación.
Tiene mis mismos argumentos y su razonamiento es parecido al mío. Y para colmo, tiene mi carácter.
En ocasiones como ésta comprendo a su madre cuando se lamentaba que yo era insoportable.
-Hija –resoplé conteniendo el impulso
de mechonearla en pleno centro de la ciudad donde habíamos quedado en
encontrarnos para pasar nuestro día de padre e hija-, no puedes dejar la
escuela para dedicarte al skate.
La gente que pasaba a nuestro
alrededor nos contemplaba con poco
disimulo.
Es que también en nuestros gestos al hablar somos un tanto dramáticos. Nos gusta gesticular exageradamente para enfatizar nuestros argumentos.
Es que también en nuestros gestos al hablar somos un tanto dramáticos. Nos gusta gesticular exageradamente para enfatizar nuestros argumentos.
Ella me miraba con ese gesto de “no me
importa lo que pienses, igual lo haré”.
Y entendiendo que, al igual que a mí, no había posibilidades de llegar a un acuerdo razonable, traté de suavizar las cosas.
Como sé que su genio es tan odioso como el mío, y mientras más obstáculos le ponga más se empecinará en hacer lo contrario, traté de aplicarle la psicología inversa.
Y entendiendo que, al igual que a mí, no había posibilidades de llegar a un acuerdo razonable, traté de suavizar las cosas.
Como sé que su genio es tan odioso como el mío, y mientras más obstáculos le ponga más se empecinará en hacer lo contrario, traté de aplicarle la psicología inversa.
-Y cuánto esperas ganar con esa cosa
de patines? –traté de suavizar mi voz para que ella dejara de estar a la
defensiva.
Sabía que era antisistema, pero por muy empecinada a llevar la contraria a todos que esté, siempre prevalecía su sentido de supervivencia. Y sabía que no iba a arriesgar demasiado mi ayuda económica.
Sabía que era antisistema, pero por muy empecinada a llevar la contraria a todos que esté, siempre prevalecía su sentido de supervivencia. Y sabía que no iba a arriesgar demasiado mi ayuda económica.
-No es patines, papá –me corrigió
ella, con ese ligero brillo de satisfacción que sentía al corregir los errores
de los demás-. Es skate. Se hace con una patineta.
-¡Lo que sea! –bufé yo-. Eso no te va
a dar para mantenerte decentemente.
-Sí lo hace… -me citó los nombres de
algunas mujeres famosas (según ella) que no se me grabaron. Ni tampoco me
convencieron.
-Bueno… -yo seguía en mi plan de la
psicología inversa- Entonces deberás de empezar a ganar dinero lo más rápido
posible para que puedas pagar tus gastos.
Ella me miró con gesto preocupado, y
fui yo el que ahora tenía en mis ojos ese brillo de mezquina satisfacción al
saberme ganador.
-Ahí entras tú, otra vez –me clavó la
punta de su índice en el pecho-. Tienes que ayudarme hasta que yo empiece a
ganar dinero con eso…
Su idea me heló la sangre.
-Lo que me das para la escuela lo usaré para
dedicarme al skate…
Demás está decir que hice un berrinche
de los mil diablos.
Ese día me gané una úlcera que no se me quitaba por nada del mundo y hasta los helados que comimos con ella luego de apaciguar los ánimos me supieron horrible.
Ese día me gané una úlcera que no se me quitaba por nada del mundo y hasta los helados que comimos con ella luego de apaciguar los ánimos me supieron horrible.
Tuve varias noches de insomnio, y las
pocas que lograba apaciguar el sueño me entraban unas pesadillas horrorosas,
imaginando a mi ratoncita (así le digo yo de cariño) toda tatuada y con
piercings colgándole por todos lados acompañada de rufianes y maleantes con
aspectos aún peor.
Y lo que me ponía de peor humor era esa despreocupación que aparentaba su madre ante todo esto.
Y lo que me ponía de peor humor era esa despreocupación que aparentaba su madre ante todo esto.
Por suerte, ella pareció manejar mejor
la situación y mi hija volvió a su cauce.
Aunque a mí me duró varias semanas más los estragos de aquella situación.
Cuando le pregunté cómo había hecho para hacerla entrar en razón a mi hija, solo me respondió: “No le hice caso”.
Aunque a mí me duró varias semanas más los estragos de aquella situación.
Cuando le pregunté cómo había hecho para hacerla entrar en razón a mi hija, solo me respondió: “No le hice caso”.
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