Facebook

2 feb 2017

El Idiota


Siempre tuve la sensación de haber nacido para algo especial. No sé. Pero esa siempre ha sido mi idea. No puedo aceptar simplemente que yo haya nacido para no ser nada ni nadie. Me resistía a aceptar que mi vida hasta hoy, a mis cuarenta y cinco años, no signifique nada.
Conocía a muchísima gente que a mi edad, incluso mucho antes, ya se habían convertido en alguien especial. Alguien verdaderamente importante.

Desgraciadamente también conocía muchísimos casos de gente que a mi edad seguían siendo unos don nadie.



Pero eso a mí me tenía sin cuidado.

Estaba seguro que había nacido para ser la diferencia. No sé en qué pero yo iba a ser la diferencia.

Solo tenía que encontrar para lo que había venido a este mundo y entonces todo estaría más claro.

Pero el tiempo se me agotaba.

Con cuarenta y cinco años a mis espaldas la cosa ya no pintaba nada bien. No es que sea pesimista pero tampoco se trata de ser iluso.

No es lo mismo estar dispuesto a lo que sea a los cuarenta y cinco años que a los veinticinco.

Que la cosa ya es para pensarlo en serio.

Y no es que sea un pesimista empedernido, no. Suelo ser muy optimista.

Pero, vamos que tampoco es para tanto. Si el coche se me descompone a medio camino pues que a lo mejor era porque podría haber tenido un accidente, o cosas así.

Que siempre trato de ver el lado bueno de cada situación. Que la vida no es tan mala después de todo.

Con sus altos y bajos como cualquiera pero disfrutable a fin de cuentas.

Que mi vida había sido como la de cualquiera.

Y allí estaba el detalle.

Que allí estaba lo que no me cuadraba. Que me la he pasado esperando casi medio siglo para saber para qué carajos vine yo a este mundo y nada.

Que a lo mejor me tocaba conformarme con ser uno más del montón. Uno de aquellos tipos anónimos que deambulan por las calles sin rumbo y sin propósito. Solo haciendo lo que había venido a hacer: nada.

¿Y si ese era mi cometido?

Si mi destino en esta vida era como la de muchos de este mundo: no hacer nada.

O a lo mejor yo he venido a este mundo precisamente a eso: a no ser nada ni nadie.

Y pasa que me estoy complicando la vida por nada.

Un día leí que hubo una hormiga que a mala hora se le ocurrió nacer a las seis de la mañana y para colmo de males le tocó morir ese mismo día a las seis de la tarde.

Hombre, que esa pobre hormiga murió convencida que no existía noche. Que no había nada más allá después de las seis de la tarde. 

Y ya me la imaginaba yo a la hormiga discutiendo a muerte con todo aquel que osara contradecirla.

Estaba como para morirse.

A lo mejor mi destino era como el de esa hormiga. Morir sin hacer nada.

Y para colmo morir completamente idiota. ¿Se podía uno morir sabiéndose idiota? Hasta donde yo sé ningún idiota ha aceptado serlo. Siempre han sido los demás quienes han tratado de convencerlo de su idiotez.

Y estaba otro detalle: todos los idiotas eran felices. O, por lo menos aparentaban felicidad.

¿La hormiga idiota moriría feliz?

No creo que volverse idiota fuese un requisito indispensable para ser feliz. ¿O será que por eso no soy feliz? A lo mejor, debo volverme idiota para aceptar que vine a este mundo a no ser ninguna diferencia y poder ser feliz.

Cielos, cuarenta y cinco años buscando la razón de mi existencia y resulta que debo ser idiota para que mi vida tenga sentido.

Debía encontrar la paz en la idiotez.

Imagínense. Haber tú, me dirán un día, ¿a qué has venido a este mundo? “A ser idiota” respondería yo con la mejor de mis sonrisas. 

Y es que es así.

Llevo cuarenta y cinco años tratando de encontrar sentido a mi vida y resulta que ahora que me siento idiota, la vida tiene sentido.

Sí.

Al menos ahora que lo pienso bien ya no me siento idiota siendo idiota, ahora ya era un idiota feliz. Y podría decirse que ahora la idea ya no me resulta tan descabellada.

A lo mejor vale la pena ser idiota.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario