Facebook

27 mar 2017

Cruelmente sincero




Dicen que tengo un genio terrible.

A lo mejor tienen razón, no lo niego. Aunque yo prefiero pensar que lo que soy es intolerante a la tontería del prójimo.

Me deprime pensar que la mayoría de la gente suele confundir actitud con voluntad.

Te piden un favor, y cuando dices que no, casi invariablemente exclaman: ¿No puedes?

Es allí cuando mi respuesta los desubica y suelen catalogarme como grosero e insolente.

Quien es más educado suele decir que soy mal educado.

Es que no es lo mismo que yo esté preparado psicológicamente para hacer algún favor (actitud) a que quiera hacer ese favor (voluntad)

No, no es lo mismo.

—¿No puedes? —pregunta casi inevitablemente mi interlocutor tras recibir mi negativa a su pedido.

—Yo sí puedo —es mi respuesta—. Lo que pasa es que no quiero.

Y allí es cuando saltan las lucecitas de alarma en el cerebro de mi interlocutor.

Confunde mi respuesta como una clara invitación a la agresión.

Los primeros segundos los toma para procesar mis palabras, tratando de hallarle algún significado, y, al no hallarlo, pues mi respuesta no concuerda con ningún archivo de su cerebro que se acomode a las posibles respuestas que esperaba recibir, su cerebro reacciona interpretando mi respuesta como una posible agresión.

Hay quienes no dicen una sola palabra más, dan media vuelta, disimulan una mueca que difícilmente puede llamarse sonrisa y desaparecen.

Es seguro que después de aquello esa persona se vuelve mi enemigo gratuito.

Sólo por el hecho de haber sido sincero, cruelmente sincero, lo admito.

Aunque lo de cruel es bastante discutible pues tratar de utilizar apropiadamente los conceptos no debería ser sinónimo de crueldad, y utilizar adecuadamente las palabras en muchos casos, por no decir en todos, se me ha tachado de antisocial.

Y aquí otra vez hago énfasis al significado literal de antisocial y no al concepto peyorativo: No ser sociable.

Si tengo suerte, la cosa queda allí y no pasa a mayores.

Tengo un “amigo” menos, que se convierte en un enemigo gratuito más, dispuesto a aprovechar la menor oportunidad para ponerme el pie y tirarme al suelo para alegrarse al verme caer y eso es todo.

Si no tengo suerte la cosa no para ahí.

Si por mi mala suerte alguien estaba junto a nosotros escuchando la conversación tengo que soportar sus reproches:

—No puedes decirle eso a todos —dicen como tratando de darme lecciones de moral y buenas costumbres.

—Sí puedo —es mi siguiente explicación, tratando de dulcificar mi tono de voz—, querrás decir que no debo.

Y debo enfrentarme nuevamente a esa expresión de “eres un ser insoportable” otra vez.

Algún día me gustaría toparme con alguien tan insoportable como yo.